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V

La bicicleta y el libro

Publicado: 2015-11-26

Leer es como montar bicicleta. No el artefacto con ruedas, no el pedalear, que hasta cierto punto es algo tonto. Basta ver como lo hacen en esas pequeñas máquinas impregnadas al piso de los gimnasios citadinos que hasta pena da llamarlas bicicletas. Solo un desquiciado por una figura banal podría someterse a tal rutina sin más esperanzas por su estereotipado esfuerzo que algún aplauso momentáneo. Un investigador por las citas que alcance, un escritor por el número de ventas, un intelectual por la aceptación del auditorio, un profesor por la cantidad de libros que leyeron sus alumnos, un ciclista por los kilómetros que recorrió.  

El pedalear al compás de la inmovilidad es comparable con la grotesca escena de un niño leyendo por obligación, exponiendo por la nota o estudiando por el examen. Encadenado al libro o bicicleta por recomendación, el fiscalizador de turno busca estúpidamente que el encarcelado ame sus grilletes por obra y gracia del hábito.

Es la trama, la falta de límites entre lo correcto y lo inmoral, entre las pistas, veredas, surcos o baches a las que puedes tener acceso, la posibilidad infinita de rutas, que convierte al acto de pedalear un malestar secundario, doloroso pero necesario, que no recordamos nunca cuando nos dejamos llevar por los nuevos vientos e historias oscuras. Es el sexo, el amor, el prejuicio, la lujuria, las guerras, la indecencia, el odio, la estupidez humana, la belleza, los paisajes; no el fetiche de un homínido en frente de una hoja con garabatos, no el guardia de turno observando con desidia a su prisionero, no las calorías bajadas en un gimnasio, lo que convierte al leer inseparable del soñar así como a la bicicleta de su horizonte.

Los dejo con Ribeyro:

“Lo fácil que es confundir cultura con erudición. La cultura en realidad no depende de la acumulación de conocimientos, incluso en varias materias, sino del orden que estos conocimientos guardan en nuestra memoria y de la presencia de estos conocimientos de un hombre culto pueden no ser muy numerosas, pero son armónicos, coherentes y, sobre todo, están relacionados entre sí. En el erudito, los conocimientos parecen almacenarse en tabiques separados. En el culto se distribuyen de acuerdo a un orden interior que permite su canje y su fructificación. Sus lecturas, sus experiencias se encuentran en fermentación y engendran continuamente nueva riqueza: es como el hombre que abre una cuenta con interés. El erudito, como el avaro, guarda su patrimonio en una media, en donde solo cabe el enmohecimiento y la repetición. En el primer caso, el conocimiento engendra al conocimiento. En el segundo, el conocimiento añade al conocimiento. Un hombre que conoce al dedillo todo el teatro de Beachmarchais es un erudito, pero culto es aquel que habiendo solamente leído Las bodas de Fígaro se da cuenta de la relación que existe entre esta obra y la Revolución francesa o entre su autor y los intelectuales de nuestra época”.

Prosa 21, Prosas Apátridas.


Escrito por

Conductéfilo

Amante de la buena y mala conducta.


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