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Obi Wan hablándole a la franquicia

El lado snob de la fuerza

Publicado: 2015-12-30


Cuánta gente puede soportar una vida, cuántos amigos pueden entrar en una foto. Gente que en verdad se conozca, personas que entre sí reine más que un diálogo sobre el clima.

Cuántos seguidores puede tener una idea, una película, o un ideal; garantizando que todos estén en la misma ‘onda’, que miren sobre el mismo detalle inédito con una defensa espontánea y aguerrida de la filosofía atrás de los actos que observadores externos podrían calificar fácilmente de estereotipias y mimetismo; o que otorguen con sincronía un silencio cómplice ante el asombro compartido que solo sus ojos pueden sentenciar de inusual.

En ambos casos, la verdad es deprimente, devastadora para la ilusión de sociedad, de camaradería, o de simple grupo.

Todos nos hemos identificados por alguna causa, por la defensa de un bien intangible que adjudicamos como propia, parte de nuestra historia e identidad, a tal punto que al observar que alguien más en el universo la comparte, sintonizamos. De forma independiente de que matriz moral encierre, maldad o bondad, nos derretimos de solo pensarlo. Cómo se habrá sentido Hitler al conocer a Goebbels, Jesús a Pedro, el Joker a Harley Quin. Esta sensación se convierte en el nexo representativo con todo ese conjunto de personas tan ajeno que se convierte lo que a veces llamamos humanidad; se convierte en esperanza.

Sin importar las consecuencias objetivas que aparezcan por tales relaciones, que algunas veces sobrepasan la mortalidad, todas se están viendo influenciadas por un fenómeno tan siglo XXI: la venta –alquiler - del título de fan. Ser seguidor de algo se ha convertido en una obligación, en algo tan necesario como respirar. Sería grandioso que tal requerimiento también despierte el esfuerzo de vincularse por el contenido del mismo, de una búsqueda ligeramente intencional de la forma de vida que engloba su posición recientemente adquirida, pero no es así.

Incluso los ‘verdaderos’ conocedores de sus propias disciplinas, artes o prácticas, están en búsqueda de ‘dedos likeadores’ más que nunca, dispuestos a utilizar la didáctica necesaria, las formas más sutiles de publicidad, adornando la envoltura, sacrificando la complejidad de sus postulados, trasladando sus oficinas a una constante campaña presidencial en pro del aplauso inmediato, que para ser sinceros y no tan mala onda, a veces es cuestión de supervivencia. Pero al mismo estilo de una empresa transnacional piramidal, cuando estos miran a sus alrededores, terminan con seguidores expertos en buscar seguidores; es decir, en agradar.

En una lejana Inglaterra las listas de vecinos indicaban junto a cada nombre el oficio y rango de las personas, como una forma breve de presentación. Pero en el caso de los burgueses sin uno definido aparecía en acrónimo “s. nob”, sin nobleza*. Pues nuestros tiempos se caracterizan justamente en la facilidad de caer al lado snob.

No he tenido mejor forma de hablar del fenómeno star wars, sin hablar de star wars. Aunque por ahora es el más simbólico, no será el último. Bienvenidos villanos sin causas que defender (siniestras tal vez, pero causas al fin y al cabo), lado oscuro en escala de grises y jedis sin entrenamiento previo.

Para finalizar, y respondiendo a ambas preguntas iniciales: “Siempre ha de haber dos, ni más ni menos. Un maestro, y un aprendiz” (Maestro Yoda).

En un cine no muy lejano

    *Nombrado en el libro compilatorio de José Ortega y Gasset, "La rebelión de las masas", publicado en 1985 por Editorial Planeta.


Escrito por

Conductéfilo

Amante de la buena y mala conducta.


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