La palabra “urna” desfila con gracia por los canales de televisión junto con el nombre “Fidel”. Nadie parece percatarse de lo cómico del asunto o al menos simulan la gracia estoicamente en pro de una correctitud política tan siglo-veinti-uno, uno que no termina por cuajar ya que su predecesor que tantas veces parece despedirse de nosotros nunca termina de hacerlo del todo. Como una gripe mal curada o un cáncer (que fue justamente lo que mató a Fidel). Es tremendamente incómodo ver repetirse incontable veces el ya cliché “se acabó por fin el siglo XX”. Es como si el siglo se personificará en aquella persona que acompañamos al paradero pero justo cuando estás esperanzado en que el próximo vehículo lo albergue, éste se le pasa y terminamos con despedirlo una y otra vez.

Es tan cómico que los presentadores no se hayan percatado de la incompatibilidad entre las palabras. Al menos uno de los grandes lugartenientes de la revolución debe haber soltado un gimoteo culposo al enterarse de los deseos del dictador, me lo imagino con un pensamiento “incluso muerto quiere dejar más anécdotas”. Pero no, nadie tuvo la sensibilidad para identificarlo y menos la valentía para propagarlo. Pobre Fidel, no pudo transmitir la comicidad que tanta falta le debe haber hecho a la isla. Los uniformes verdes no suelen llevarse bien con el humor.

Trato de inventar un nexo espiritual, un mensaje anecdótico de su parte hacia un grupo selecto que haya podido sincronizar lo suficiente con su intelecto para identificar el mensaje. Que al menos uno se diga que “si Fidel terminó en una urna, todos debemos terminar en las urnas”, y así milagrosamente llamen a todas las poblaciones oprimidas (producidas por la leyenda revolucionaria que personificó) a las urnas. Lamentablemente el mensaje fue a parar en otro lado y ahora lo único bueno que queda por esperar es un blockbuster protagonizado por Liam Neeson y Benicio del Toro.