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OLD-BOY  (2003) DEL DIRECTOR Pak Chan-uk

No me adapten

Publicado: 2019-04-18

De pronto observo todas las cosas que he hecho, y las que me han hecho, con el ánimo de ponerlas en escenas. Por supuesto, se trata de un desfile de escenas imaginarias que son las únicas que mis ingresos y talento me lo permiten. Mientras lo hago pego algunas vivencias por aquí, ajusto lo que dije pero pude haberlo dicho mejor, le pongo un poco de cinta a esa amistad para que dure un poco más, quito ese viaje, uno esa frase, junto ese abrazo. Acomodo lo necesario, que no es poco, para que aparezca en mi vida, entre tanta cobardía, algo mínimamente trascendente. Sin embargo, pese a todo el esfuerzo hay algo que no termina cuadrando, el reparto. Comenzando con el supuesto protagonista de las escenas, casi todos carecen de la belleza mínima para salir siquiera en un infocomercial de madrugada. Hace unos días, este sistema de complejos bien justificados, que llamo pensar, ha sido refutado con agradable sorpresa al ver Old-Boy. Una película de violencia exagerada e historia trágica, en donde la belleza es secundaria y se apuesta por actores que se camuflan perfectamente con los escenarios y la trama.  

Old-Boy es una película surcoreana, estrenada en el 2003, que llegó a latinoamérica bajo el nombre de “Cinco días para vengarse”. Se hizo mundialmente conocida por la memorable escena sin cortes de una pelea en un pasillo. Literalmente uno puede buscar en google “pelea de pasillo película oriental” y dar con el título. Dejando a un lado la violencia, se trata de la narración de una historia concisa que no teme encaminar todos los otros recursos, que involucran todo largometraje, para alivianarla y hacerla creíble. Sacrificando un recurso que generalmente es intocable: los actores.

Nunca me han podido engañar, incluso debajo de todos los kilos de maquillaje de los supuestos monstruos hollywoodenses puedo reconocer un vistazo de piel tersa y lozana. Trajes, armaduras y mil ingenios más no son suficientes para evitar identificar unos ojos azules o un peinado natural compatible con fondos parisinos. Por ejemplo, tremendo enojo me gobernó cuando descubrí que el actor de doblaje del jorobado Quasimodo era Tom Hulce, ¡una tremenda estafa! ¡ni los actores de doblaje se salvan! grité para mis adentros. Para qué necesitamos actores de doblaje guapos, pensé en nombre de los pocos agraciados que simulo representar en mi mente. Gracias al riesgo que tomaron, Old-Boy pudo engañarme por muchos minutos, y se agradece.

Quizá se pueda argumentar que debido a la lejanía en términos de rasgos étnicos y mi poco conocimiento en cine asiático la trama me resultó creíble. Sin importar que tan real haya sido mi percepción, me provocó cierta esperanza de que mi vida puede verse reflejada sin el filtro de la armonía estética y la simetría. Porque qué tan creíble puede ser el rechazo que sufrí a los veinte años si está encarnado por dos metros de musculatura frente a una cuidada cabellera negra arriba de un torso femenino, unas lágrimas recorriendo la vivaz mejilla de una curvilínea latina provocadas por mi partida, o una renegona profesora interpretada por alguien que parece que en cualquier momento desatará una escena musical.

Un golpe vino a mí, ya no gracias a un enano parisino, sino a través del afiche Old-Boy de su versión estadounidense. Un Josh Brolin junto a la menor de las hermanas Olsen fue suficiente para sentir que uno de los rasgos fundamentales de la película estaba siendo transgredido. Aunque con honestidad puedo decir que no he visto el remake realizado por Spike Lee, solo podría reírme al observar a un Josh Brolin siendo secuestrado, mostrado como alguien vulnerable. No continuaré con la respectiva vía crucis que disfrutan muchos sobre cómo la nueva versión carece de argumentos, del “era necesario que hagan una nueva versión”, y otros lugares tan seguros. La superficialidad de todas mis observaciones me lo impiden. Además, acaso no podrían decir lo mismo los creadores del manga del que se basaron inicialmente. O yendo un poco más lejos, los personajes en blanco y negro renegando de la plástica adaptación en carne y hueso, diciendo “acaso era necesario que haya color y músculos”. Y si nos ponemos históricos, hasta podemos echarle un ojo al drama de Edipo y Yocasta.

No estoy en contra de las adaptaciones. La vida requiere un ajuste de cuentas para ser contada. De hecho, creo que toda creación es, al fin y al cabo, una venganza que comete el autor contra la realidad que le tocó y de la cual reniega en secreto. Uno podría decir que una adaptación no vendría siendo tan diferente en ese sentido, pero no. Las adaptaciones que conozco controlan la furia y la incorrectitud que caracteriza toda venganza y las normalizan a niveles aceptable. No es extraño que sean tan populares en nuestros días, en tiempos gobernados por lo que muchos llaman de forma despectiva “la generación de los ofendidos” (como si la estupidez hubiese sido ya monopolizada por alguna época). No creo, como muchos críticos señalan, que las adaptaciones dejen a un lado al autor original; al contrario, el autor es resaltado pero con la diferencia que gracias a la adaptación ahora lleva consigo una nota de disculpas pegada en la frente. Lo que se adapta nunca es el material artístico, es el artista.

Escena de pelea en pasillo.


Escrito por

Conductéfilo

Amante de la buena y mala conducta.


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