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CHespirito & maradona

La muerte que da vida

¿Maradona o Pelé?

Publicado: 2020-11-25


Con la muerte de Diego Armando Maradona, nace la temporada de expertos, especialistas y los infaltables “a pesar de ser solo un aficionado puedo decir…” de fútbol. Puede sonar como una recriminación, pero es todo lo contrario. Incluso una alegría. La muerte del diez despierta un pequeño e inadvertido lugar que teníamos dormido, un impulso que nos obliga a pronunciarnos, que posee nuestros dedos arrojándolos a decir mucho de lo que se sabe poco o, al menos, paraliza el índice o pulgar sobre las pantallas, en imágenes que extrañamente nos parecen tan familiares, como si se tratase del álbum de fotos de la mama. ¿Pronunciarse sobre qué? ¿un fallecimiento?, no. ¿sobre los detalles médicos del deceso o exceso?, tampoco. Pronunciarse por lo que el personaje insertó, sin posibilidad de negociar, en cada una de nuestras meridianas vidas: el fútbol. Eso tan solo significa que el ser que en vida llamaban Diego, logró lo que pocos personajes han podido, elevar lo que le apasionó a una altura tal que ninguna mirada pueda escapar de su alcance. Volver lo que a uno le gusta con tanta pasión, universal.

Ni los menos deportistas ni los “el fútbol es el opio del pueblo” de turno, podrán librarse de la remecida generacional que siempre trae consigo un finado universal. Renegarán ante la inundación de memes, posts, tweets, que traerá su desaparición mortal; a lo que pronto se consolarán en la vieja tradición de confundir inteligencia con la abstención (vociferante, eso sí) a los placeres populares. Amélie Nothomb ya lo dijo mejor, parafraseándola sería algo así: “conocemos a fantásticos idiotas que se alaban por el hecho de no haber visto jamás un partido de fútbol o por no saber qué es gritar un gol, esperando suscitar admiración a causa de su absoluta castidad”.

El finado no es universal por mandato, por la evaluación técnica de sus aportes o por sus elocuentes discursos bienintencionados. Es universal por unirnos, al son de una pelota, en aquello que no decidimos ser, en la materia prima de la que brotamos, de la que nos individualizamos mediante la opinión, entrega o protesta (siendo imposible toda indiferencia) y que cada cuanto, por breves segundos, regresamos a ser uno con todos. Es universal por tensar los filamentos de alegría, que algunos con finura reservan para el arte, pero que otros más populosos a falta de criterios pomposos tensamos con goles.

*Cita extensa de Amélie Nothomb en su Metafísica de los tubos:

“Desde hace mucho tiempo, existe una inmensa secta de imbéciles que oponen sensualidad e inteligencia. Es un círculo vicioso: se privan de placeres para exaltar sus capacidades intelectuales, lo cual solo contribuye a empobrecerles. Se convierten en seres cada vez más estúpidos y eso les reconforta en su convicción de ser brillantes, ya que no se ha inventado nada mejor que la estupidez para creerse inteligente (…) Uno se cruza a veces con gente que, en voz alta y fuerte, presume de haberse privado de tal o cual delicia durante veinticinco años. También conocemos a fantásticos idiotas que se alaban por el hecho de no haber escuchado jamás música, por no haber abierto nunca un libro o no haber ido nunca al cine. También están los que esperan suscitar admiración a causa de su absoluta castidad. Alguna vanidad tienen que sacar de todo esto: es la única alegría que tendrán en la vida” (p. 34).

Nothomb, A. (2001). Metafísica de los tubos. Anagrama.


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Escrito por

Conductéfilo

Amante de la buena y mala conducta.


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